Hace dos horas que nuestro
personaje está inconsciente, víctima de una salvaje golpiza.
En diez minutos empezará a recobrar el
conocimiento, sentirá su boca seca, pegajosa y cubierta de tierra. Dentro de
veinticinco minutos, casi todo su cuerpo estará cubierto con ésta tierra y el
oxigeno empezará a escasear, hasta faltarle por completo.
Durante toda una vida, el
hombre que ahora se pierde entre tierra y piedras, se dedicó a ser otras
personas; al principio por encargo, con el tiempo por placer y con el paso del
los años, por costumbre.
Desgraciadamente, ésta vez
eligió ser la persona equivocada; mañana, sus múltiples personalidades pasarán
a ser el recuerdo de unos pocos, un recuerdo que rápidamente será ahogado en el
mar del olvido.
Debido al camaleónico
estilo de vida en el que sumí al protagonista de éste relato, haciendo uso de
mi potestad como autor del mismo y confundido ante la inmensa cantidad de
alias, nombres, alter egos y apodos con los que doté a éste individuo, decidí
referirme a él lisa y llanamente como:"El personaje".
Trece horas antes de
formar parte de una golpiza que rozó el extremo del salvajismo, El Personaje
sonreía. Sonreía mucho, sobradoramente, sus ojos brillaban y sus manos se
apresuraban a juntar la pila de billetes que estaban desparramados en el centro
de aquella mesa de póker.
La mejor mano de su vida,
y también la última. Usted ahora, como lector, podrá reprochar mi falta de
inventiva, ya que maté a El Personaje por una partida de póker en un club de
caballeros a los que no les gusta perder.
Pues se equivoca, estimado
lector, no en su observación acerca de mi falta de inventiva, sino en el motivo
que llevó a los desafortunados eventos en el relato.
Dieciséis horas después de
ganar la mano de su vida, ya son cuatro personas las que arrojan tierra sobre
el cuerpo herido de El Personaje, ya el peso es demasiado y los músculos no
responden. La huída es imposible y la desesperación ya está probando talle para
vestirse de resignación.
Le arde la nariz, la
tierra de sus labios ya se mezclo con la saliva de su boca y el barro inunda su
garganta, el calor es insoportable y las burlas e insultos de sus improvisados
funebreros se oyen cada vez más lejanas.
Diez horas antes de ser golpeado, El Personaje
está calando un cigarrillo, en la cama de un hotel alojamiento de calidad
moderada, su gran victoria en el paño había despertado su lívido, se sentía
poderoso y quería terminar su noche soñada entre las piernas de una mujer. No
le llevó mucho esfuerzo convencer a una de las camareras del club para que
finalice su turno temprano y comparta su victoria, camarera que en éste momento
mira aburrida hacia el techo, tratando de disimular la falta de satisfacción
que le produjo el encuentro.
Una semana después del último
golpecito de pala a la tierra para asegurarse de que el terreno haya quedado
parejo, una camarera en un club de póker de mala muerte reconoce a un amante
desafortunado y rápidamente gira la cabeza, desviando la mirada.
Antes de entrar al club,
El Personaje llevaba treinta y seis horas bajo esta nueva personalidad, con la
mala suerte de coincidir en nombre y rasgos con alguien cuya figura no gozaba
precisamente de tener un amplio club de fans, sino todo lo contrario, el paso
de los años lo habían convertido en alguien demasiado confiado, al punto de
volverlo descuidado.
Estamos en una parada de
bus, a mitad de la madrugada, ocho horas antes del sepulcro, o dos horas
después del mal sexo en el hotel alojamiento, siéntase libre de contar las
horas como prefiera, mi estimado. En ésta vulgar madrugada, un Volvo flojo de
papeles se detiene, una mujer con ojeras y gesto serio se baja sin saludar y casi
sin darle tiempo a que cierre la puerta, el Volvo reanuda su marcha. Unos
metros atrás, un furgón utilitario conducido por un solo individuo, también.
Ya es mediodía, uno de los
funebreros ingresa en su domicilio, un pequeño apartamento desordenado y con
las ventanas cubiertas con telas, y avanza camino al baño quitándose la ropa
sudada y llena de tierra. Antes de ingresar al minúsculo baño para ducharse,
arroja sobre una improvisada mesa las llaves de un Volvo, respira aliviado y
abre la ducha.
Hace veinte minutos que
cuatro hombres están golpeando a un maltrecho hombre en la parte de atrás de
una estación de servicio, hasta dejarlo inconsciente y cubierto de sangre. Finalmente
y no sin esfuerzo, consiguen acomodar el cuerpo agonizante en el baúl de un
maltratado Peugeot.
Tres horas antes del
entierro, un respetable hombre de negocios recibe una llamada a la línea
privada de su despacho, sonríe satisfecho y vuelve al comedor para continuar
ayudando a su hija con las tareas del colegio.
Los años habían vuelto a
El Personaje un poco descuidado, pero no por eso falto de olfato, sabía que
algo no andaba bien y que era el momento de desaparecer. Eso fue lo que hizo,
era hora de abandonar ésta vida, había llegado al punto en el que el único plan
de escape posible era la muerte.
El Personaje murió
enterrado en ese paraje, kilómetros adentro de una vieja ruta provincial. Para eso debió hacerse ver, comportarse como
un patán, pavonearse ante todos y esperar a que alguno hiciera una llamada
avisando a uno de los tantos acreedores con pocas pulgas, que habían encontrado
al hombre cuya cabeza tenía precio.
Lo bueno de los esquemas
de mando piramidales, es que nadie duda de una orden directa y todos deben
obedecer a su superior, los esquemas no se rompen y las organizaciones
mantienen su operatividad de forma estable. El problema de estos esquemas es
que su poder se basa en la parte más baja de la pirámide, donde están los
subordinados, el brazo ejecutor de las órdenes. Cuándo un subordinado cree
(erróneamente) que tiene cualidades para subir en la pirámide y decide actuar
por sí solo, es cuando el aparentemente perfecto esquema falla.
Hace quince días venció la
hipoteca del individuo que va a seguir al Volvo flojo de papeles dentro del
furgón utilitario, cuando el primero reanude su marcha en la parada de bus
donde estuvimos hace un momento. A éste individuo lo voy a llamar simplemente
“El Chofer”.
El Chofer desde hace años
está desesperado por mostrar lo que, según él, vale para la organización, así
que cuando recibió el llamado de un amigo informando acerca del paradero de un
idiota cuya cabeza tenía precio, quién fuera visto saliendo borracho de un club
de segunda, sintió que la oportunidad de probar su valía finalmente había
llegado.
Se comunicó con su jefe y
con tono seguro, afirmó haber encontrado a El Personaje, solicitó el debido
permiso para interceptarlo y además de recibir una respuesta positiva, la voz
del otro lado de la línea de dedicó unas moderadas felicitaciones junto con la
orden de llevar a su presa a un punto específico, donde se reuniría con tres
hombres más, quienes tendrían el resto de las instrucciones para finalizar el trabajo.
Estaba ante la oportunidad
de cambiar su vida, ésta era la chance que El Chofer esperó durante años y no
pensaba dejarla pasar.
Una hora y media antes de
la golpiza en la parte de atrás del bar, La camioneta utilitaria se cruzó
frente al Volvo, y el chofer se bajó armado apuntando directamente al
conductor.
Un mes después de éste
momento, la hipoteca de la casa del chofer ya cuenta con cuarenta y cinco días
de atraso.
Ciento diez minutos
después de la intercepción, el furgón utilitario llega al punto de encuentro,
un sucio bar al que la falta de clientes no le afecta en absoluto. Las botellas
detrás de la barra acumulan polvo, la mayoría de los licores están vencidos y
por mucho, hace años que el improvisado cantinero no sirve una copa.
Al ver llegar al vehículo,
tres matones que estaban apoyados contra un Peugeot se incorporan en posición
de alerta. Del furgón baja solo una persona, cansado, con la boca lastimada,
las manos algo hinchadas y un ligero olor a alcohol. Con ayuda de los demás,
bajan de la parte posterior del furgón a un desfigurado hombre, que intentó
desesperadamente balbucear algo, pero una llave cruz le impacta de lleno en la
boca interrumpiendo su balbuceo y derramando sangre a borbotones.
Uno de los miembros del cuarteto ingresa al
bar y pide el teléfono.
Diecisiete minutos después
de que uno de los matones cuelgue el teléfono en el bar, la hija del honorable
hombre de negocios ya lleva tres horas abrazada a su osito de felpa, durmiendo
plácidamente, ajena a la segunda llamada telefónica que sonó en el despacho de
su padre.
La muerte es algo
liberador, piensa El Personaje, al tiempo que el reloj ya dejó atrás la marca
del mediodía.
Mientras termina de enjuagar la mezcla de
sangre y tierra de su cuerpo, se siente un poco culpable, aunque es un
profesional, no puede evitar sentir algo de lástima por el pobre diablo que se
cruzó en su camino.
En éste raid intenso, algo
se despertó dentro de él, una sensación olvidada.
Volvió a sentir el
adictivo placer del riesgo, el vértigo que solo sienten aquellos que buscan la
victoria total o la muerte, incapaces de sobrellevar una vida ordinaria, de
pronto la vida tenía la apariencia de ser una ruleta rusa de mundo abierto.
Después de secarse a
medias, tranquilo, sale del baño, prende un cigarrillo y sonríe.
Ahora si es un fantasma, ahora aquel juego que
era por costumbre vuelve a ser placer, un placer que lo hizo adicto y del que
necesita desesperadamente una nueva dosis.
Llegó la hora de tener un
nombre, solo uno, de dejar a El Personaje enterrado en ese paraje lejano y dedicarse
a tentar a la suerte, algo que sin dudas, le sale muy bien.
Solo puede pensar en cual
será el precio que el mundo le pondrá a su cabeza ahora que su verdadera
identidad está por salir a la luz.
Después de todo ¿para qué
sirve la libertad sino para reincidir?