21/4/16

Fuga urgente de lo inevitable.

Ellos eran dos amantes rusos que huyeron del horror de la guerra buscando la paz en tierras neutrales.
Ellos, que años atrás deleitaron con su danza a la corte, que incluso fueron favorecidos por los aplausos y favores del Zar, decidieron dejar todo atrás, buscando un escape que les permitiera dejar atrás las noches en vela marcadas por el estruendo de las explosiones, el sonido agudo de los aviones y el frío que tiene la cama compartida con la soledad.
 Sin darle lugar a la duda, escaparon de la nación soviética buscando un nuevo mañana, un comienzo desde cero que les permitiera olvidar el pasado, dejar la noche con olor a pólvora y aventurarse juntos a buscar un nuevo día, un futuro en un país lejano, ajeno a los horrores de la guerra.
Viajaron tan al sur como sus ahorros le permitieron. Al llegar no tuvieron problema en ganarse un lugar destacado en el elenco estable del teatro más grande de la capital, en donde cautivaron al público y a la compañía en menos de un año, eran amados y respetados, se tenían el uno al otro, a su arte y su amor y en cada baile ese amor embargaba a todo aquel que los viera. Después del horror, ellos eran felices.
Pero la idea de felicidad, en realidad no es más que un momento de respiro entre la miseria de la vida, por eso es que todos recordamos tanto los momentos en los que fuimos realmente felices, porque son escasos y no duran tanto como nos gustaría.
Ella enfermó de forma repentina, la enfermedad la alejó de los escenarios, debilitando su cuerpo y destruyendo su ánimo.
La enfermedad avanzó rápido, violenta, sin darle posibilidad de enfrentarla. Ella era hermosa, codiciada, espléndida. Era eso y más, no la sombra debilitada que reflejaba en el espejo. Se aisló de todo y todos, incluso de Él. No soportaba la mirada lastimosa de esos ojos que durante tantos años la amaron y admiraron. En los últimos meses, apenas quería hablar con alguien.
Ella murió en sus brazos, pequeña y dolorida, sobre la vieja cama del modesto hotel en el que se alojaban, ya que en la desesperación por salvarla, casi todos sus ahorros fueron invertidos en tratamientos tan costosos como inútiles. Él lloró tan fuerte que su llanto fue mudo, su pecho se partió del dolor y su lengua se trabó intentando pronunciar maldiciones, pero apenas un quejido desgarrado salió de su garganta. Y luego el silencio y la pena lo envolvieron en un abrazo eterno.
La amó con locura, con pasión y con deseo, cruzó medio mundo para salvarla del horror y ella se murió en sus brazos. Sentía que era su culpa, que le había fallado a su amada. Él dejó la compañía, se dio a la bebida y se aferró a la soledad hasta que las noches en vela, esta vez sin el zumbido de los aviones ni el olor a pólvora, se volvieron tan largas, tan vacías y dolorosas, que cuando se dio cuenta de lo cansado que estaba, decidió dormir, olvidar y no despertarse nunca más.
En ese sueño interminable, el recuerdo del amor lo seguía atormentando, los ojos de su amada lo miraban desde lejos, sus brazos se extendían intentando tocarse, pero la fuerza del dolor impedía ese roce.
Desde el principio de los tiempos, entre los dos polos del más allá se había sellado una tregua. En ese pacto, ambas partes acordaron no interferir en los asuntos del otro. En la firma de este pacto, un ángel y un demonio se miraron a los ojos largo rato y ninguno de los dos bajó la mirada.
Tanto tiempo como pudieron, se amaron en secreto, a espaldas del pacto y de las fuerzas que aún gobiernan más allá de los límites establecidos por frontera alguna, hasta que el amor entre los dos germinó en algo más: un mestizo, una criatura que lo cambiaría todo. La tregua ya no existía, el desafío había sido supremo y ambas fuerzas debieron ejercer un castigo ejemplificador ante la amenaza que el mestizo significaba: Una aberración, una criatura prohibida por las escrituras sagradas de ambos reinos.
El fallo fue estremecedor, salvaje, brutal. El ángel fue decapitado, su vientre desgarrado y apuñalado reiteradas veces, mientras el demonio fue obligado a observar y condenado a recordar todo, para terminar su condena desterrado, perdido para siempre en el limbo de los amantes en pena.
En ese limbo, el demonio vio una y otra vez el intento desesperado de aquellos amantes por rozar sus manos, sin interferir, en silencio los observó fracasar incontables veces, hasta que la sensación de dolor fue tan grande, que ayudado por el rencor y el recuerdo que el tribunal divino lo condenó a ver una y otra vez, decidió desafiar una vez más al poder del más allá.
 Se acercó a Él y le enseño un escape dónde al menos una vez por década, al cruzar esa pared invisible, ellos podrían tener un baile juntos, un recreo a la rutina de la tortura eterna, un respiro dónde tenerse y construir un refugio al menos por lo que dure esa pieza de baile.
En el mismo teatro capitalino dónde brillaron frente a un público que los ovacionó de pie, cada diez años y gracias al favor del demonio rebelde, los amantes se encontraron nuevamente y se amaron al ritmo del vals.
Todas las compañías que pasaron por el escenario década tras década, cuentan la misma  historia. Todos sintieron una presencia, un frio que dejó a sus cuerpos congelados, incapaces de moverse, pero ninguno recuerda haber sentido miedo, al contrario, ese frío llenaba el ambiente de paz.
Ese era su recreo, se recluían en el cuerpo de dos incautos bailarines y se amaban en silencio, envolviendo sus brazos en caricias que rompían con el compás. Una vida entera esperando este momento y ellos solo podían bailar, las palabras sobraban, los besos dolían. En ese momento, las sombras eran eso, dos jóvenes trenzados en un baile desesperado, que se acercaban en ese segundo a ser un poco de lo que alguna vez los hizo felices.
Pero cada placer acarrea un costo, un dolor, la resaca después de la noche soñada. Para los dos el dolor se había vuelto insoportable, al recuerdo de su amor debían agregarle ahora el anhelo del baile. Las décadas pasaban cada vez más despacio, en los últimos encuentros, la pasión era tan extrema, el vínculo se había vuelto tan fuerte y desesperado que los jóvenes en cuyo cuerpo se refugiaban comenzaban a no soportar la angustia de la posesión, llegando incluso a perder la cordura luego de ser abandonados por el acogedor frio de los amantes.
El demonio había usado a los amantes durante años y de forma cada vez menos disimulada, esperando ser descubierto y condenado. Finalmente había conseguido lo que quería, olvidar todo, pagar la fianza con la que terminar su castigo y poder de una vez simplemente olvidar. Dejar de imaginar a su amor arrebatado y a su hijo maldito desde antes de nacer, dejar de odiar, olvidar que juntos habían creado algo hermoso, pero las leyes de los dioses cobardes se lo habían arrebatado. Su único anhelo era el final, la eterna oscuridad sin recuerdo.   
 Gracias a ellos, el desterrado caído finalmente pudo conseguir la muerte que todo lo calmaría, su plan había funcionado a la perfección, pero sentía que ellos no merecían caer junto a él, al contrario, su ayuda, aunque inconsciente, merecía un obsequio de agradecimiento.
En cuanto descubrió que estaba siendo observado, se acercó a Él y le enseñó a cruzar la pared invisible, pero no sin antes advertirle que si la cruzaban, no podrían tomar nunca más un cuerpo, deberían penar como espectros en la oscuridad del teatro, viéndose durante una eternidad pero sabiéndose incapaces de tocarse o compartir un baile. La decisión debía ser rápida, dijo el demonio, conocedor de que su fin estaba próximo.
No pasó mucho hasta que fue descubierto por el ojo que todo lo ve y condenado a ser ejecutado y descuartizado. Su cuerpo mutilado fue enviado a la entrada de cada uno de los siete círculos, como advertencia a posibles futuros caudillos que intenten pasar por encima del único orden capaz de unir al Alfa y el Omega a su entero capricho.
Los amantes huyeron antes de ver la caída del demonio, sin pensar cruzaron la pared y dejaron atrás el limbo de la pena. Al día de hoy, entre las bambalinas del  escenario, esos amantes eternamente prófugos se siguen anhelando y llorando en silencio, acompañando su dolor con caricias mudas tan sinceras como desgarradas. Tal vez nunca puedan tenerse, tal vez la pena nunca se vaya, pero ahí están, juntos para siempre esperando que quizá algún día, un nuevo ser interesado les permita bailar juntos un último vals.


Quince Palabras.

Odio pedir fuego por la calle, realmente es algo que detesto, pero como siempre, salí apurado de casa y olvidé la mayor parte de las cosas útiles, entre ellas mi teléfono celular y mi encendedor. Hace días que no duermo, las cosas están pasando demasiado rápido de a momentos, en otros, parece que el  tiempo se detiene, no estoy seguro de cuantas horas dura un minuto, mucho menos de cuantos minutos tiene una hora.
Otra vez volver a casa, a seguir perdido en esta realidad confusa. Desde la mesita de diseño exclusivo y precio ridículo que me regaló ella, me saluda el encendedor, cómodamente apoyado al lado del cenicero. De todos modos, ahora no lo necesito, ya que olvidé los cigarrillos en la barra del bar, como les dije, la realidad es confusa desde que mi cabeza decidió no apagarse nunca.
Ya estoy cansado del blanco del techo, debería pintar, así por lo menos no es tan aburrido mirarlo, tal vez debería pintarlo de rojo, como tormento final, un eterno recordatorio a sus labios, que me miran desde arriba, perderme en ese rojo, como hice tiempo atrás cuando su boca era mía.
Creo que es de día y que es fin de semana, por ende no tengo que ir apurado a ningún lugar, a menos que me haya olvidado, de cualquier manera, no es importante. Solo sé que no tengo que salir de casa, puedo apoyar los pies en esa maldita mesa y tomar vino hasta que el mareo intente ganarle al insomnio, algo que intento y que tal vez logré, aunque como de casi todo, no estoy seguro.
Estoy seguro de que la perdí, estoy seguro de que mis miedos destruyeron ese amor que nos tuvimos. Todavía me siento a mirar la puerta, esperando a que regrese, que pase por debajo de la arcada del living, me bese, se saque los zapatos y arroje la cartera sobre el sillón para acompañar mi copa con caricias en silencio.
Nadie va a pasar esa puerta, lo único que va a pasar sin pena ni gloria, son las horas, o los minutos o lo que sea que sirva para medir el tiempo de la gente que no duerme. Creo que ya no es más fin de semana, pero sigue siendo de día, seguro es tarde y ya debería haber salido a hacer algo que no recuerdo. Tengo que calmarme, intentar respirar, buscar ese lugar que me dijo el psiquiatra y llevar allí mi cabeza. La casa se me viene encima, debería pintar el techo y las paredes de blanco, para que ayude a relajarme y olvidarla.
Pero esta fue mi elección, me volví adicto a esta situación, a no dormir, al recuerdo. Esperar sentado frente a la puerta es mi droga favorita, todo lo demás es un placebo para cuando no puedo hacerlo. Ella nunca va a cruzar la puerta, el que hace mucho cruzó la puerta sin darse cuenta fui yo.
Debería pintar, el blanco es aburrido.


31/3/16

La noche en la que se me dio por hablar de flora.

Aquella rosa blanca que resalta sobre el resto del rosal está condenada.
 Es su belleza lo que la llevará a morir antes de tiempo, después de un rápido corte en el tallo, solo le queda la resignación de pasar sus últimos días como un objeto decorativo, entregada al marchito final cuya bóveda la mayoría de las veces es un improvisado florero, o en la mejor de las suertes, el ramo volador de una novia, pudiendo tal vez formar parte de un centro de mesa al que los invitados le dedicaran escasos segundos de atención, antes de perderse en platos medianamente elaborados y generosas dosis de alcohol.
Mi vieja le hablaba a sus plantas, les ponía nombres o apodos y festejaba cuando dos plantas o arboles distintos entrelazaban sus ramas, ya que cuando eso sucedía ella afirmaba que la unión no se debía a la falta de espacio, mucho menos al instinto de buscar un mejor ángulo para bañar sus hojas en luz solar, sino por haber caído en un intenso estado de enamoramiento.
 Ante esta teoría, yo solo respondía con miradas incrédulas y un silencio respetuoso, en un punto me parecía bella su percepción y realmente era feliz creyendo eso, ese jardín era su vida, ella dedicaba a cuidado de su parque casi todo su tiempo libre y se sentía muy orgullosa de esa parte de la casa.
 A su vez mi abuela, un ser tan maravilloso y único como caprichoso y pendenciero, amaba llenar las macetas con cáscaras de huevo, yerba mate húmeda y demás clases de abonos improvisados, esgrimiendo un conocimiento que, según ella, le fue legado por su madre y cuya aplicación disgustaba muchísimo a la mía, generando una situación que celebrábamos en secreto con mi abuela, porque nos parecía muy divertida la forma en la que mi madre insultaba al aire.
Por otra parte, tengo amigos que le dedican muchísimo tiempo y cuidado a cierto tipo de plantas, poseedoras de propiedades tan medicinales como divertidas, si bien los cuidados son tan intensos como los de mi vieja, es bastante menos espiritual el porqué de su tiempo dedicado a la botánica.
 Las plantas son sembradas para cubrir sus vicios (y los míos) y si aparece la oportunidad, algunos gastos.
 Estoy seguro de que mi madre y su moral le impedirían dedicarle tiempo a este tipo de plantas mencionado anteriormente, pero también estoy seguro de que mi abuela las llenaría de cáscaras, yerba mate, mejunjes extraños y por qué no, hasta agregaría algunas florcitas dentro del mate, para amenizar la tarde.
Yo no tengo el tiempo libre ni la espiritualidad o moral de mi madre y mucho menos la paciencia y el amor por el porro de mis amigos, así como tampoco tengo conocimiento acerca del uso de las dudosas técnicas de fertilización que utilizaba mi abuela, por ende mi actual relación con la botánica es nula, aunque no siempre fue así.
De niño fui feliz en un laurel que había plantado el abuelo de mi madre, un señor de nombre gracioso, del cual nunca supe mucho, jamás vi una foto, pero al que mi madre recordaba con cariño y respeto. Ese laurel era mi refugio, en el levanté una casita del árbol donde me recluía a leer después del colegio, dónde imaginaba historias, tomaba Coca-Cola en días de semana (a escondidas) o simplemente me sentaba a mirar los techos de las casas vecinas.
 Lo genial de aquella casita, era que para poder entrar había que pasar por un hueco tan estrecho e incómodo, que sólo un niño podía hacerlo. Supongamos que la casa de mi madre era Francia, bueno, pues mi casita era Mónaco, un principado independiente, mi propio reino, ajeno al control matriarcal.
 Allí fui feliz, atrincherado en un árbol al que mis ojos con poco kilometraje consideraban inmenso y bello.
Ya en mi pubertad, mi madre decidió talar ese laurel, escudada en alguna excusa estética a la que realmente no presté atención, en ese momento estaba demasiado triste como para escuchar. Mi reino había caído en manos de los Godos, aquella casita que con el paso del tiempo se había vuelto cada vez más pequeña, descansaba entre troncos y ramas en un contenedor, a metros de la entrada de casa.
Por algún mambo Romano que no sé reconocer pero evidentemente tengo, me fascinan los Cipreses, esos árboles con rama de arbustos, un pino estilizado, altos hasta el ridículo, cónicos y de cuyas ramas se desprenden unas piñas tan feas como inútiles.
Planté ese árbol, mientras mi madre disparaba fotos frenéticamente para inmortalizar el momento y, perdón por el sincericidio, pero la única sensación que me produjo aquél acto sobrevalorado hasta el hartazgo, fue cansancio y un poco de hambre.
Las rosas rojas gozan de buena fama, pero en mi poco calificada opinión, son vulgares, llamativas es cierto, pero vulgares al fin, una especie de vedetonga cuyo Maipo es una florería.
En cambio la rosa blanca es dueña de un encanto sutil, posee fragilidad y mortalidad, no intenta perpetuarse como su prima de pétalos rojos, ella se abraza a su condena y como regalo final, alcanza su máximo esplendor al marchitarse.
 La rosa blanca es la belleza de la muerte, lo maravilloso de ser mortal, efímero, su despedida se asemeja al último beso de aquellos amantes que deciden tomar caminos separados.

Si algún día tienen la suerte de enamorar a una rosa blanca, por favor se los pido, entréguense a ella, piérdanse en su fragilidad y belleza y nunca, pero nunca, intenten compararla ni mucho menos convertirla en una rosa roja.

2/3/16

Me & my Rocky

Hace muchos años, sentado en el piso del living de la casa de mis padres, el locutor de Telefé, extasiado, anunciaba el estreno de Rocky V.
La promoción cerraba con el grito del segundo locutor, que sin mostrar dudas en su voz, afirmaba que ésta era “la última, la mejor”
En ese momento, tanto el locutor como yo ignorábamos que no era la última y ciertamente, lejos está de ser la mejor de la saga.
Yo tendría entre seis y ocho años, no tengo intención de chequear fechas ni sacar cuentas acerca de mi edad en ese momento, pero más o menos por ahí andaba.
Sabía que ese viernes a las 22, tendría que dormir siesta si quería llegar al final de la película, película que vería siempre y cuando mi madre me autorizara, ya que no era partidaria de exponerme a filmes con ese nivel de violencia.
Recuerdo que a mi madre no le gustaba Stallone, su argumento para justificar su desagrado era tan ridículo como gracioso: “Es un enano, lo tienen que enfocar desde abajo para que parezca alto” sostenía con un nivel de convicción solo comparable con la falta de sustento en su odio hacia Sly.
 Al día de hoy recuerdo la extraña afirmación de mi madre cada vez que empiezo a ver una película de Silvester y todavía me sigue generando risas.
Amo a Rocky, soy incapaz de contener las lágrimas en el final de Rocky II, se me hace imposible dejar de mirar la pelea contra Iván Drago en Rocky IV y si debo ser honesto, no soporto Rocky III, aunque debo admitir que “Clubber Lang” es uno de los mejores nombres que escuché en mi vida.
La primera que vi completa fue Rocky IV, esa maravillosa hora y media de propaganda en la que se viola el reglamento del boxeo varias veces, pero cuyo nivel de emotividad alcanza niveles altísimos. Del robot novia de Paulie no me pienso ocupar, lo tomé como un detalle simpático y ya. Definitivamente es mi favorita, por lo imposible de la gesta, por las dimensiones del rival, por la caída de Apollo y porque, como comentamos hace unos días con un amigo, Rocky ganó una guerra entrenando con troncos y piedras.
 Y yo amo los batacazos, desde la leyenda bíblica de David versus Goliath hasta hoy, donde el Leicester está puntero en la Premier League, hay una belleza poética tan grande en la victoria de aquel que en los papeles es el más débil por sobre el poderoso e infalible, que se me hace imposible resistir.
Probablemente sea porque Balboa Vs Drago fue el primer ejemplo que mi joven mente recibió acerca de este maravilloso concepto y, aunque la victoria fue dentro de un marco ficticio, evidentemente me marcó.
Tendría que detenerme a elogiar el guión de la primera, pero no me gustó tanto como debería, yo en ese momento quería ver la pelea, todo el contexto me daba igual y, evidentemente, celebro más las victorias que una caída honorable, calculo que por eso me emociono muchísimo con el final de la segunda y no tanto con la derrota digna de la primera.
Y en todo caso, si tengo que elegir con qué derrota digna emocionarme, prefiero la de Rocky en la VI, una entrega que se filmó con muchos años de diferencia con la V, que simplemente se llamó “Rocky Balboa” y que por suerte, contó con un final más acorde a lo que merecía el personaje.
 En la sexta, un viejo Semental Italiano despunta el vicio por última vez frente a un Mayweather de ficción, con un guión de a momentos tirado de los pelos, pero a la postre efectivo.
 Para mí, “Rocky Balboa” fue algo muy importante, la sentí como una disculpa de Rocky al niño de entre seis y ocho años que durmió una siesta hace diez o doce años para verlo perder todo.
El primer round en tiempo real, la entrada al ring con Sinatra de fondo, la derrota digna, el rey sin corona que se fue saludando al público sin escuchar el fallo, sentí todo como un homenaje al campeón de mi infancia, me fue imposible disimular la emoción y no empezar a aplaudir en el medio del cine.
Años después, el semental volvió, pero como guía de un nuevo campeón y la actuación de Sly fue premiada con una merecida nominación.
En la ceremonia, al igual que a su personaje, la derrota digna lo acompañó y la estatuilla recayó en manos de otro, apesadumbrados, entre mis amigos intercambiamos mensajes lamentando la derrota, lanzamos amenazas sin sentido al aire, llenamos el vaso de nuevo y nos dedicamos a esperar por otro episodio de la morbosa novela entre Leo DiCaprio y el Oscar.
Seguramente mi madre habrá festejado la derrota del enano al que tienen que enfocar desde abajo para que parezca alto, realmente no lo sé, pero lo que mi madre no entendió es que el Oscar no era para Stallone, el nominado era Rocky, cuyo carisma superó la pantalla y al mismo Sly.

Seguro que el locutor de dudoso gusto que anunció Rocky V hace ya tantos años no se imaginaba que la quinta no sería el capítulo final, que en su última película Rocky no golpea a nadie y que, sin tirar un golpe al rostro de ningún rival, nuestro Semental Italiano iba a estar nominado, merecidamente, a un premio de la academia.

23/2/16

El Personaje.

Hace dos horas que nuestro personaje está inconsciente, víctima de una salvaje golpiza.
 En diez minutos empezará a recobrar el conocimiento, sentirá su boca seca, pegajosa y cubierta de tierra. Dentro de veinticinco minutos, casi todo su cuerpo estará cubierto con ésta tierra y el oxigeno empezará a escasear, hasta faltarle por completo.
Durante toda una vida, el hombre que ahora se pierde entre tierra y piedras, se dedicó a ser otras personas; al principio por encargo, con el tiempo por placer y con el paso del los años, por costumbre. 
Desgraciadamente, ésta vez eligió ser la persona equivocada; mañana, sus múltiples personalidades pasarán a ser el recuerdo de unos pocos, un recuerdo que rápidamente será ahogado en el mar del olvido.
Debido al camaleónico estilo de vida en el que sumí al protagonista de éste relato, haciendo uso de mi potestad como autor del mismo y confundido ante la inmensa cantidad de alias, nombres, alter egos y apodos con los que doté a éste individuo, decidí referirme a él lisa y llanamente como:"El personaje".
Trece horas antes de formar parte de una golpiza que rozó el extremo del salvajismo, El Personaje sonreía. Sonreía mucho, sobradoramente, sus ojos brillaban y sus manos se apresuraban a juntar la pila de billetes que estaban desparramados en el centro de aquella mesa de póker.
La mejor mano de su vida, y también la última. Usted ahora, como lector, podrá reprochar mi falta de inventiva, ya que maté a El Personaje por una partida de póker en un club de caballeros a los que no les gusta perder.
Pues se equivoca, estimado lector, no en su observación acerca de mi falta de inventiva, sino en el motivo que llevó a los desafortunados eventos en el relato.
Dieciséis horas después de ganar la mano de su vida, ya son cuatro personas las que arrojan tierra sobre el cuerpo herido de El Personaje, ya el peso es demasiado y los músculos no responden. La huída es imposible y la desesperación ya está probando talle para vestirse de resignación.
Le arde la nariz, la tierra de sus labios ya se mezclo con la saliva de su boca y el barro inunda su garganta, el calor es insoportable y las burlas e insultos de sus improvisados funebreros se oyen cada vez más lejanas.
 Diez horas antes de ser golpeado, El Personaje está calando un cigarrillo, en la cama de un hotel alojamiento de calidad moderada, su gran victoria en el paño había despertado su lívido, se sentía poderoso y quería terminar su noche soñada entre las piernas de una mujer. No le llevó mucho esfuerzo convencer a una de las camareras del club para que finalice su turno temprano y comparta su victoria, camarera que en éste momento mira aburrida hacia el techo, tratando de disimular la falta de satisfacción que le produjo el encuentro.
Una semana después del último golpecito de pala a la tierra para asegurarse de que el terreno haya quedado parejo, una camarera en un club de póker de mala muerte reconoce a un amante desafortunado y rápidamente gira la cabeza, desviando la mirada.
Antes de entrar al club, El Personaje llevaba treinta y seis horas bajo esta nueva personalidad, con la mala suerte de coincidir en nombre y rasgos con alguien cuya figura no gozaba precisamente de tener un amplio club de fans, sino todo lo contrario, el paso de los años lo habían convertido en alguien demasiado confiado, al punto de volverlo descuidado.
Estamos en una parada de bus, a mitad de la madrugada, ocho horas antes del sepulcro, o dos horas después del mal sexo en el hotel alojamiento, siéntase libre de contar las horas como prefiera, mi estimado. En ésta vulgar madrugada, un Volvo flojo de papeles se detiene, una mujer con ojeras y gesto serio se baja sin saludar y casi sin darle tiempo a que cierre la puerta, el Volvo reanuda su marcha. Unos metros atrás, un furgón utilitario conducido por un solo individuo, también.
Ya es mediodía, uno de los funebreros ingresa en su domicilio, un pequeño apartamento desordenado y con las ventanas cubiertas con telas, y avanza camino al baño quitándose la ropa sudada y llena de tierra. Antes de ingresar al minúsculo baño para ducharse, arroja sobre una improvisada mesa las llaves de un Volvo, respira aliviado y abre la ducha.
Hace veinte minutos que cuatro hombres están golpeando a un maltrecho hombre en la parte de atrás de una estación de servicio, hasta dejarlo inconsciente y cubierto de sangre. Finalmente y no sin esfuerzo, consiguen acomodar el cuerpo agonizante en el baúl de un maltratado Peugeot.
Tres horas antes del entierro, un respetable hombre de negocios recibe una llamada a la línea privada de su despacho, sonríe satisfecho y vuelve al comedor para continuar ayudando a su hija con las tareas del colegio.
Los años habían vuelto a El Personaje un poco descuidado, pero no por eso falto de olfato, sabía que algo no andaba bien y que era el momento de desaparecer. Eso fue lo que hizo, era hora de abandonar ésta vida, había llegado al punto en el que el único plan de escape posible era la muerte.
El Personaje murió enterrado en ese paraje, kilómetros adentro de una vieja ruta provincial.  Para eso debió hacerse ver, comportarse como un patán, pavonearse ante todos y esperar a que alguno hiciera una llamada avisando a uno de los tantos acreedores con pocas pulgas, que habían encontrado al hombre cuya cabeza tenía precio.
Lo bueno de los esquemas de mando piramidales, es que nadie duda de una orden directa y todos deben obedecer a su superior, los esquemas no se rompen y las organizaciones mantienen su operatividad de forma estable. El problema de estos esquemas es que su poder se basa en la parte más baja de la pirámide, donde están los subordinados, el brazo ejecutor de las órdenes. Cuándo un subordinado cree (erróneamente) que tiene cualidades para subir en la pirámide y decide actuar por sí solo, es cuando el aparentemente perfecto esquema falla.
Hace quince días venció la hipoteca del individuo que va a seguir al Volvo flojo de papeles dentro del furgón utilitario, cuando el primero reanude su marcha en la parada de bus donde estuvimos hace un momento. A éste individuo lo voy a llamar simplemente “El Chofer”.
El Chofer desde hace años está desesperado por mostrar lo que, según él, vale para la organización, así que cuando recibió el llamado de un amigo informando acerca del paradero de un idiota cuya cabeza tenía precio, quién fuera visto saliendo borracho de un club de segunda, sintió que la oportunidad de probar su valía finalmente había llegado.
Se comunicó con su jefe y con tono seguro, afirmó haber encontrado a El Personaje, solicitó el debido permiso para interceptarlo y además de recibir una respuesta positiva, la voz del otro lado de la línea de dedicó unas moderadas felicitaciones junto con la orden de llevar a su presa a un punto específico, donde se reuniría con tres hombres más, quienes tendrían el resto de las instrucciones para finalizar el trabajo.
Estaba ante la oportunidad de cambiar su vida, ésta era la chance que El Chofer esperó durante años y no pensaba dejarla pasar.
Una hora y media antes de la golpiza en la parte de atrás del bar, La camioneta utilitaria se cruzó frente al Volvo, y el chofer se bajó armado apuntando directamente al conductor.
Un mes después de éste momento, la hipoteca de la casa del chofer ya cuenta con cuarenta y cinco días de atraso.
Ciento diez minutos después de la intercepción, el furgón utilitario llega al punto de encuentro, un sucio bar al que la falta de clientes no le afecta en absoluto. Las botellas detrás de la barra acumulan polvo, la mayoría de los licores están vencidos y por mucho, hace años que el improvisado cantinero no sirve una copa.
Al ver llegar al vehículo, tres matones que estaban apoyados contra un Peugeot se incorporan en posición de alerta. Del furgón baja solo una persona, cansado, con la boca lastimada, las manos algo hinchadas y un ligero olor a alcohol. Con ayuda de los demás, bajan de la parte posterior del furgón a un desfigurado hombre, que intentó desesperadamente balbucear algo, pero una llave cruz le impacta de lleno en la boca interrumpiendo su balbuceo y derramando sangre a borbotones.
 Uno de los miembros del cuarteto ingresa al bar y pide el teléfono.
Diecisiete minutos después de que uno de los matones cuelgue el teléfono en el bar, la hija del honorable hombre de negocios ya lleva tres horas abrazada a su osito de felpa, durmiendo plácidamente, ajena a la segunda llamada telefónica que sonó en el despacho de su padre.
La muerte es algo liberador, piensa El Personaje, al tiempo que el reloj ya dejó atrás la marca del mediodía.
 Mientras termina de enjuagar la mezcla de sangre y tierra de su cuerpo, se siente un poco culpable, aunque es un profesional, no puede evitar sentir algo de lástima por el pobre diablo que se cruzó en su camino.
En éste raid intenso, algo se despertó dentro de él, una sensación olvidada.
Volvió a sentir el adictivo placer del riesgo, el vértigo que solo sienten aquellos que buscan la victoria total o la muerte, incapaces de sobrellevar una vida ordinaria, de pronto la vida tenía la apariencia de ser una ruleta rusa de mundo abierto.
Después de secarse a medias, tranquilo, sale del baño, prende un cigarrillo y sonríe.
 Ahora si es un fantasma, ahora aquel juego que era por costumbre vuelve a ser placer, un placer que lo hizo adicto y del que necesita desesperadamente una nueva dosis.
Llegó la hora de tener un nombre, solo uno, de dejar a El Personaje enterrado en ese paraje lejano y dedicarse a tentar a la suerte, algo que sin dudas, le sale muy bien.
Solo puede pensar en cual será el precio que el mundo le pondrá a su cabeza ahora que su verdadera identidad está por salir a la luz.


Después de todo ¿para qué sirve la libertad sino para reincidir?
Todas y cada una de las entradas del blog son producto de la debil condicion mental del/los miembros del staff, dependiendo de la medicacion ingerida en el dia, los miembros pueden ser uno o miles, si este texto perdio todo tipo de simpleza, imaginate ahora que vamos a dejar de usar los espacios para que el texto parezca dicho a los pedos como los locutores de la radio que en las publicidades hablan rapidito porque el segundo es caro, mira:todoslosnombresysituacionesmencionadasenatuviejalegusta.blogspot.com
sonpuramenteconjeturasderivadasdelabusodelasllamadasdrogasduras
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