Hace
muchos años, sentado en el piso del living de la casa de mis padres, el locutor
de Telefé, extasiado, anunciaba el estreno de Rocky V.
La
promoción cerraba con el grito del segundo locutor, que sin mostrar dudas en su
voz, afirmaba que ésta era “la última, la mejor”
En
ese momento, tanto el locutor como yo ignorábamos que no era la última y ciertamente,
lejos está de ser la mejor de la saga.
Yo
tendría entre seis y ocho años, no tengo intención de chequear fechas ni sacar
cuentas acerca de mi edad en ese momento, pero más o menos por ahí andaba.
Sabía
que ese viernes a las 22, tendría que dormir siesta si quería llegar al final
de la película, película que vería siempre y cuando mi madre me autorizara, ya
que no era partidaria de exponerme a filmes con ese nivel de violencia.
Recuerdo
que a mi madre no le gustaba Stallone, su argumento para justificar su
desagrado era tan ridículo como gracioso: “Es un enano, lo tienen que enfocar
desde abajo para que parezca alto” sostenía con un nivel de convicción solo
comparable con la falta de sustento en su odio hacia Sly.
Al día de hoy recuerdo la extraña afirmación
de mi madre cada vez que empiezo a ver una película de Silvester y todavía me
sigue generando risas.
Amo
a Rocky, soy incapaz de contener las lágrimas en el final de Rocky II, se me
hace imposible dejar de mirar la pelea contra Iván Drago en Rocky IV y si debo
ser honesto, no soporto Rocky III, aunque debo admitir que “Clubber Lang” es
uno de los mejores nombres que escuché en mi vida.
La
primera que vi completa fue Rocky IV, esa maravillosa hora y media de
propaganda en la que se viola el reglamento del boxeo varias veces, pero cuyo
nivel de emotividad alcanza niveles altísimos. Del robot novia de Paulie no me
pienso ocupar, lo tomé como un detalle simpático y ya. Definitivamente es mi favorita,
por lo imposible de la gesta, por las dimensiones del rival, por la caída de
Apollo y porque, como comentamos hace unos días con un amigo, Rocky ganó una
guerra entrenando con troncos y piedras.
Y yo amo los batacazos, desde la leyenda
bíblica de David versus Goliath hasta hoy, donde el Leicester está puntero en
la Premier League, hay una belleza poética tan grande en la victoria de aquel
que en los papeles es el más débil por sobre el poderoso e infalible, que se me
hace imposible resistir.
Probablemente
sea porque Balboa Vs Drago fue el primer ejemplo que mi joven mente recibió
acerca de este maravilloso concepto y, aunque la victoria fue dentro de un marco
ficticio, evidentemente me marcó.
Tendría
que detenerme a elogiar el guión de la primera, pero no me gustó tanto como
debería, yo en ese momento quería ver la pelea, todo el contexto me daba igual
y, evidentemente, celebro más las victorias que una caída honorable, calculo
que por eso me emociono muchísimo con el final de la segunda y no tanto con la
derrota digna de la primera.
Y
en todo caso, si tengo que elegir con qué derrota digna emocionarme, prefiero
la de Rocky en la VI, una entrega que se filmó con muchos años de diferencia
con la V, que simplemente se llamó “Rocky Balboa” y que por suerte, contó con
un final más acorde a lo que merecía el personaje.
En la sexta, un viejo Semental Italiano despunta
el vicio por última vez frente a un Mayweather de ficción, con un guión de a
momentos tirado de los pelos, pero a la postre efectivo.
Para mí, “Rocky Balboa” fue algo muy
importante, la sentí como una disculpa de Rocky al niño de entre seis y ocho
años que durmió una siesta hace diez o doce años para verlo perder todo.
El
primer round en tiempo real, la entrada al ring con Sinatra de fondo, la
derrota digna, el rey sin corona que se fue saludando al público sin escuchar
el fallo, sentí todo como un homenaje al campeón de mi infancia, me fue
imposible disimular la emoción y no empezar a aplaudir en el medio del cine.
Años
después, el semental volvió, pero como guía de un nuevo campeón y la actuación de
Sly fue premiada con una merecida nominación.
En
la ceremonia, al igual que a su personaje, la derrota digna lo acompañó y la
estatuilla recayó en manos de otro, apesadumbrados, entre mis amigos
intercambiamos mensajes lamentando la derrota, lanzamos amenazas sin sentido al
aire, llenamos el vaso de nuevo y nos dedicamos a esperar por otro episodio de
la morbosa novela entre Leo DiCaprio y el Oscar.
Seguramente
mi madre habrá festejado la derrota del enano al que tienen que enfocar desde
abajo para que parezca alto, realmente no lo sé, pero lo que mi madre no
entendió es que el Oscar no era para Stallone, el nominado era Rocky, cuyo
carisma superó la pantalla y al mismo Sly.
Seguro
que el locutor de dudoso gusto que anunció Rocky V hace ya tantos años no se
imaginaba que la quinta no sería el capítulo final, que en su última película
Rocky no golpea a nadie y que, sin tirar un golpe al rostro de ningún rival,
nuestro Semental Italiano iba a estar nominado, merecidamente, a un premio de
la academia.
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