Pero muchas veces no teníamos ni mucha pila, ni un lápiz a mano y en lo que respecta personalmente a mi, ni el 10% de la paciencia con la que cuenta un ninja veterano. Entonces no quedaba otra que fumarse el tema ocho, esperar que pase rápido y aferrarse a saber que al final del último acorde de esa canción odiosa, nos esperaba el amado tema nueve, ese himno que nos recordaba un poco por qué habíamos comprado el cassette, o en el peor de los casos, una canción más soportable que el dichoso tema ocho.
Esto no pretende ser un ensayo nostalgioso ni mucho menos, todo lo contrario, si hay algo que mi inestable gusto musical disfruta, es de pegar un tema de Pantera con el soundtrack de Frozen sin más esfuerzo que el de mover el pulgar.
Pero el punto es que transpolamos (buena palabra, le da un poco más de seriedad a éste ensayo pavo) lo que sería una característica de la era digital a nuestra vida real. Nos abrazamos a la cultura del zapping, ya que la digitalización nos evitó la molestia de escuchar, ver e incluso participar de lo que no nos gusta, con la facilidad de mover un dedo y seguir adelante.
En lo que a mi respecta, no estoy pasando por un gran momento en lo personal, no viene al caso desarrollarlo, pero si me sirvió un poco como disparador de todo esto. Nos volvimos adictos al zapping de momentos, a vivir dándole like a mil cosas y a hacernos los boludos con otras, a clavarle el visto a situaciones o momentos que son incómodos.
La analogía del cassette la planteo porque antes, ante la falta de alternativas, enfrentábamos el tema ocho con resignación, pero dignamente. Al punto de que con la repetición de la escucha, hasta notábamos un bajo bastante decente, o un puente que en realidad no estaba tan mal.
Con los momentos pasa lo mismo, cada vez que nos ataca un mal momento, una frustración, preferimos ignorarlo, seguir de largo, ponerle un filtro o una corona de flores, suavizarlo con un hocico de perrito.
Y es medio una mierda, porque que ignorarlo o maquillarlo, no lo vuelve invisible, ni hablar de lo lejos que quedamos de solucionarlo.
Porque eso sigue adentro nuestro, y cuando llega el momento en el que el brillo de la pantalla se apaga y nos encontramos en la fragilidad de mirar el techo, escuchar el ruido de la calle y tratar de silenciar la cabeza para intentar dormir un rato, no hay black and white que suavice las marcas que hizo esta situación en nosotros.
Yo era el rey de los filtros y el black and white, el mejor en el zapping de momentos, campeón undefeated y undisputed en todas las comisiones del mundo, sponsoreado por Coca-Cola, McDonald´s y Audi.
Pero nunca aprendí nada, porque los flashes me marearon lo suficiente como para no pensar, elección totalmente premeditada, por cierto.
Hoy prefiero escuchar el tema ocho, transitar por este momento sin filtros, porque sé que así voy a llegar al tema nueve y al final del disco. No va a ser un tránsito agradable, pero quizás sea una forma de crecer, o al menos de empezar a hacerme cargo.