21/4/16

Fuga urgente de lo inevitable.

Ellos eran dos amantes rusos que huyeron del horror de la guerra buscando la paz en tierras neutrales.
Ellos, que años atrás deleitaron con su danza a la corte, que incluso fueron favorecidos por los aplausos y favores del Zar, decidieron dejar todo atrás, buscando un escape que les permitiera dejar atrás las noches en vela marcadas por el estruendo de las explosiones, el sonido agudo de los aviones y el frío que tiene la cama compartida con la soledad.
 Sin darle lugar a la duda, escaparon de la nación soviética buscando un nuevo mañana, un comienzo desde cero que les permitiera olvidar el pasado, dejar la noche con olor a pólvora y aventurarse juntos a buscar un nuevo día, un futuro en un país lejano, ajeno a los horrores de la guerra.
Viajaron tan al sur como sus ahorros le permitieron. Al llegar no tuvieron problema en ganarse un lugar destacado en el elenco estable del teatro más grande de la capital, en donde cautivaron al público y a la compañía en menos de un año, eran amados y respetados, se tenían el uno al otro, a su arte y su amor y en cada baile ese amor embargaba a todo aquel que los viera. Después del horror, ellos eran felices.
Pero la idea de felicidad, en realidad no es más que un momento de respiro entre la miseria de la vida, por eso es que todos recordamos tanto los momentos en los que fuimos realmente felices, porque son escasos y no duran tanto como nos gustaría.
Ella enfermó de forma repentina, la enfermedad la alejó de los escenarios, debilitando su cuerpo y destruyendo su ánimo.
La enfermedad avanzó rápido, violenta, sin darle posibilidad de enfrentarla. Ella era hermosa, codiciada, espléndida. Era eso y más, no la sombra debilitada que reflejaba en el espejo. Se aisló de todo y todos, incluso de Él. No soportaba la mirada lastimosa de esos ojos que durante tantos años la amaron y admiraron. En los últimos meses, apenas quería hablar con alguien.
Ella murió en sus brazos, pequeña y dolorida, sobre la vieja cama del modesto hotel en el que se alojaban, ya que en la desesperación por salvarla, casi todos sus ahorros fueron invertidos en tratamientos tan costosos como inútiles. Él lloró tan fuerte que su llanto fue mudo, su pecho se partió del dolor y su lengua se trabó intentando pronunciar maldiciones, pero apenas un quejido desgarrado salió de su garganta. Y luego el silencio y la pena lo envolvieron en un abrazo eterno.
La amó con locura, con pasión y con deseo, cruzó medio mundo para salvarla del horror y ella se murió en sus brazos. Sentía que era su culpa, que le había fallado a su amada. Él dejó la compañía, se dio a la bebida y se aferró a la soledad hasta que las noches en vela, esta vez sin el zumbido de los aviones ni el olor a pólvora, se volvieron tan largas, tan vacías y dolorosas, que cuando se dio cuenta de lo cansado que estaba, decidió dormir, olvidar y no despertarse nunca más.
En ese sueño interminable, el recuerdo del amor lo seguía atormentando, los ojos de su amada lo miraban desde lejos, sus brazos se extendían intentando tocarse, pero la fuerza del dolor impedía ese roce.
Desde el principio de los tiempos, entre los dos polos del más allá se había sellado una tregua. En ese pacto, ambas partes acordaron no interferir en los asuntos del otro. En la firma de este pacto, un ángel y un demonio se miraron a los ojos largo rato y ninguno de los dos bajó la mirada.
Tanto tiempo como pudieron, se amaron en secreto, a espaldas del pacto y de las fuerzas que aún gobiernan más allá de los límites establecidos por frontera alguna, hasta que el amor entre los dos germinó en algo más: un mestizo, una criatura que lo cambiaría todo. La tregua ya no existía, el desafío había sido supremo y ambas fuerzas debieron ejercer un castigo ejemplificador ante la amenaza que el mestizo significaba: Una aberración, una criatura prohibida por las escrituras sagradas de ambos reinos.
El fallo fue estremecedor, salvaje, brutal. El ángel fue decapitado, su vientre desgarrado y apuñalado reiteradas veces, mientras el demonio fue obligado a observar y condenado a recordar todo, para terminar su condena desterrado, perdido para siempre en el limbo de los amantes en pena.
En ese limbo, el demonio vio una y otra vez el intento desesperado de aquellos amantes por rozar sus manos, sin interferir, en silencio los observó fracasar incontables veces, hasta que la sensación de dolor fue tan grande, que ayudado por el rencor y el recuerdo que el tribunal divino lo condenó a ver una y otra vez, decidió desafiar una vez más al poder del más allá.
 Se acercó a Él y le enseño un escape dónde al menos una vez por década, al cruzar esa pared invisible, ellos podrían tener un baile juntos, un recreo a la rutina de la tortura eterna, un respiro dónde tenerse y construir un refugio al menos por lo que dure esa pieza de baile.
En el mismo teatro capitalino dónde brillaron frente a un público que los ovacionó de pie, cada diez años y gracias al favor del demonio rebelde, los amantes se encontraron nuevamente y se amaron al ritmo del vals.
Todas las compañías que pasaron por el escenario década tras década, cuentan la misma  historia. Todos sintieron una presencia, un frio que dejó a sus cuerpos congelados, incapaces de moverse, pero ninguno recuerda haber sentido miedo, al contrario, ese frío llenaba el ambiente de paz.
Ese era su recreo, se recluían en el cuerpo de dos incautos bailarines y se amaban en silencio, envolviendo sus brazos en caricias que rompían con el compás. Una vida entera esperando este momento y ellos solo podían bailar, las palabras sobraban, los besos dolían. En ese momento, las sombras eran eso, dos jóvenes trenzados en un baile desesperado, que se acercaban en ese segundo a ser un poco de lo que alguna vez los hizo felices.
Pero cada placer acarrea un costo, un dolor, la resaca después de la noche soñada. Para los dos el dolor se había vuelto insoportable, al recuerdo de su amor debían agregarle ahora el anhelo del baile. Las décadas pasaban cada vez más despacio, en los últimos encuentros, la pasión era tan extrema, el vínculo se había vuelto tan fuerte y desesperado que los jóvenes en cuyo cuerpo se refugiaban comenzaban a no soportar la angustia de la posesión, llegando incluso a perder la cordura luego de ser abandonados por el acogedor frio de los amantes.
El demonio había usado a los amantes durante años y de forma cada vez menos disimulada, esperando ser descubierto y condenado. Finalmente había conseguido lo que quería, olvidar todo, pagar la fianza con la que terminar su castigo y poder de una vez simplemente olvidar. Dejar de imaginar a su amor arrebatado y a su hijo maldito desde antes de nacer, dejar de odiar, olvidar que juntos habían creado algo hermoso, pero las leyes de los dioses cobardes se lo habían arrebatado. Su único anhelo era el final, la eterna oscuridad sin recuerdo.   
 Gracias a ellos, el desterrado caído finalmente pudo conseguir la muerte que todo lo calmaría, su plan había funcionado a la perfección, pero sentía que ellos no merecían caer junto a él, al contrario, su ayuda, aunque inconsciente, merecía un obsequio de agradecimiento.
En cuanto descubrió que estaba siendo observado, se acercó a Él y le enseñó a cruzar la pared invisible, pero no sin antes advertirle que si la cruzaban, no podrían tomar nunca más un cuerpo, deberían penar como espectros en la oscuridad del teatro, viéndose durante una eternidad pero sabiéndose incapaces de tocarse o compartir un baile. La decisión debía ser rápida, dijo el demonio, conocedor de que su fin estaba próximo.
No pasó mucho hasta que fue descubierto por el ojo que todo lo ve y condenado a ser ejecutado y descuartizado. Su cuerpo mutilado fue enviado a la entrada de cada uno de los siete círculos, como advertencia a posibles futuros caudillos que intenten pasar por encima del único orden capaz de unir al Alfa y el Omega a su entero capricho.
Los amantes huyeron antes de ver la caída del demonio, sin pensar cruzaron la pared y dejaron atrás el limbo de la pena. Al día de hoy, entre las bambalinas del  escenario, esos amantes eternamente prófugos se siguen anhelando y llorando en silencio, acompañando su dolor con caricias mudas tan sinceras como desgarradas. Tal vez nunca puedan tenerse, tal vez la pena nunca se vaya, pero ahí están, juntos para siempre esperando que quizá algún día, un nuevo ser interesado les permita bailar juntos un último vals.


Quince Palabras.

Odio pedir fuego por la calle, realmente es algo que detesto, pero como siempre, salí apurado de casa y olvidé la mayor parte de las cosas útiles, entre ellas mi teléfono celular y mi encendedor. Hace días que no duermo, las cosas están pasando demasiado rápido de a momentos, en otros, parece que el  tiempo se detiene, no estoy seguro de cuantas horas dura un minuto, mucho menos de cuantos minutos tiene una hora.
Otra vez volver a casa, a seguir perdido en esta realidad confusa. Desde la mesita de diseño exclusivo y precio ridículo que me regaló ella, me saluda el encendedor, cómodamente apoyado al lado del cenicero. De todos modos, ahora no lo necesito, ya que olvidé los cigarrillos en la barra del bar, como les dije, la realidad es confusa desde que mi cabeza decidió no apagarse nunca.
Ya estoy cansado del blanco del techo, debería pintar, así por lo menos no es tan aburrido mirarlo, tal vez debería pintarlo de rojo, como tormento final, un eterno recordatorio a sus labios, que me miran desde arriba, perderme en ese rojo, como hice tiempo atrás cuando su boca era mía.
Creo que es de día y que es fin de semana, por ende no tengo que ir apurado a ningún lugar, a menos que me haya olvidado, de cualquier manera, no es importante. Solo sé que no tengo que salir de casa, puedo apoyar los pies en esa maldita mesa y tomar vino hasta que el mareo intente ganarle al insomnio, algo que intento y que tal vez logré, aunque como de casi todo, no estoy seguro.
Estoy seguro de que la perdí, estoy seguro de que mis miedos destruyeron ese amor que nos tuvimos. Todavía me siento a mirar la puerta, esperando a que regrese, que pase por debajo de la arcada del living, me bese, se saque los zapatos y arroje la cartera sobre el sillón para acompañar mi copa con caricias en silencio.
Nadie va a pasar esa puerta, lo único que va a pasar sin pena ni gloria, son las horas, o los minutos o lo que sea que sirva para medir el tiempo de la gente que no duerme. Creo que ya no es más fin de semana, pero sigue siendo de día, seguro es tarde y ya debería haber salido a hacer algo que no recuerdo. Tengo que calmarme, intentar respirar, buscar ese lugar que me dijo el psiquiatra y llevar allí mi cabeza. La casa se me viene encima, debería pintar el techo y las paredes de blanco, para que ayude a relajarme y olvidarla.
Pero esta fue mi elección, me volví adicto a esta situación, a no dormir, al recuerdo. Esperar sentado frente a la puerta es mi droga favorita, todo lo demás es un placebo para cuando no puedo hacerlo. Ella nunca va a cruzar la puerta, el que hace mucho cruzó la puerta sin darse cuenta fui yo.
Debería pintar, el blanco es aburrido.


Todas y cada una de las entradas del blog son producto de la debil condicion mental del/los miembros del staff, dependiendo de la medicacion ingerida en el dia, los miembros pueden ser uno o miles, si este texto perdio todo tipo de simpleza, imaginate ahora que vamos a dejar de usar los espacios para que el texto parezca dicho a los pedos como los locutores de la radio que en las publicidades hablan rapidito porque el segundo es caro, mira:todoslosnombresysituacionesmencionadasenatuviejalegusta.blogspot.com
sonpuramenteconjeturasderivadasdelabusodelasllamadasdrogasduras
permitidasureproduccion,peropedimosdeondaquedigandedondesacaronladata
asilagenteentrayhaceclickenlaspublicidadesygooglecadatantonosgirauncheque.
19brumariodedosmildiescisiete



Burn House Media Producciones 2009, ningun derecho reservado, pero por ahora, asi que en poco tiempo te ponemos la ® y te la mandamos a guardar