Odio pedir fuego por la calle, realmente es algo que
detesto, pero como siempre, salí apurado de casa y olvidé la mayor parte de las
cosas útiles, entre ellas mi teléfono celular y mi encendedor. Hace días que no
duermo, las cosas están pasando demasiado rápido de a momentos, en otros,
parece que el tiempo se detiene, no
estoy seguro de cuantas horas dura un minuto, mucho menos de cuantos minutos
tiene una hora.
Otra vez volver a casa, a seguir perdido en esta realidad
confusa. Desde la mesita de diseño exclusivo y precio ridículo que me regaló
ella, me saluda el encendedor, cómodamente apoyado al lado del cenicero. De
todos modos, ahora no lo necesito, ya que olvidé los cigarrillos en la barra
del bar, como les dije, la realidad es confusa desde que mi cabeza decidió no
apagarse nunca.
Ya estoy cansado del blanco del techo, debería pintar, así
por lo menos no es tan aburrido mirarlo, tal vez debería pintarlo de rojo, como
tormento final, un eterno recordatorio a sus labios, que me miran desde arriba,
perderme en ese rojo, como hice tiempo atrás cuando su boca era mía.
Creo que es de día y que es fin de semana, por ende no
tengo que ir apurado a ningún lugar, a menos que me haya olvidado, de cualquier
manera, no es importante. Solo sé que no tengo que salir de casa, puedo apoyar
los pies en esa maldita mesa y tomar vino hasta que el mareo intente ganarle al
insomnio, algo que intento y que tal vez logré, aunque como de casi todo, no
estoy seguro.
Estoy seguro de que la perdí, estoy seguro de que mis
miedos destruyeron ese amor que nos tuvimos. Todavía me siento a mirar la
puerta, esperando a que regrese, que pase por debajo de la arcada del living,
me bese, se saque los zapatos y arroje la cartera sobre el sillón para
acompañar mi copa con caricias en silencio.
Nadie va a pasar esa puerta, lo único que va a pasar sin
pena ni gloria, son las horas, o los minutos o lo que sea que sirva para medir
el tiempo de la gente que no duerme. Creo que ya no es más fin de semana, pero
sigue siendo de día, seguro es tarde y ya debería haber salido a hacer algo que
no recuerdo. Tengo que calmarme, intentar respirar, buscar ese lugar que me
dijo el psiquiatra y llevar allí mi cabeza. La casa se me viene encima, debería
pintar el techo y las paredes de blanco, para que ayude a relajarme y
olvidarla.
Pero esta fue mi elección, me volví adicto a esta
situación, a no dormir, al recuerdo. Esperar sentado frente a la puerta es mi
droga favorita, todo lo demás es un placebo para cuando no puedo hacerlo. Ella
nunca va a cruzar la puerta, el que hace mucho cruzó la puerta sin darse cuenta
fui yo.
Debería pintar, el blanco es aburrido.
Muy lindo.
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