8/2/17

La bombacha que derribó la cuarta pared.

Antes de que el mar se terminara de sentir celoso, una prenda íntima femenina impactó de lleno sobre el hombro del cantante.
El cantante era Roberto Sanchez, A.K.A Sandro, la prenda íntima era una bombacha color camel que me había obsequiado mi abuela y el enfervorizado adolescente que la arrojó, obviamente era yo.
Ésta es la historia de la bombacha de mi abuela, mi brazo y el hombro de Sandro.

1- La sorpresa.
Con el primer sueldo que había ganado vendiendo cremas de baba de caracol por teléfono a España para un call center de mala muerte, decidí sorprender a mi abuela y llevarla a ver al ya desmejorado Sandro, como forma de agradecer los años de caprichos concedidos hacia mi persona.
Mi abuela para ese entonces era una persona ya bastante avanzada en edad, y teniendo en cuenta la delicada salud de Sandro, no tuve dudas de que ese show iba a ser la última para que ella lo viera, ya fuese por el avance del reloj biológico, o por el irreversible estado del enfisema del astro.
Luego de salir de la agencia que tercerizaba la contratación, acudí con el efectivo en mano a la ventanilla del teatro Gran Rex para comprar las dos entradas más caras que mi sueldo junior pudiese pagar. Grata fue mi sorpresa al ver lo accesible de los precios, porque con un poco de suerte, sumada a la predisposición que sintió la señorita de Ticketek por mi historia, pude conseguir dos asientos centrales en la primera fila.

2- La Negociación.
Mi primera idea fue llegar corriendo y decirle todo contento que sacara del placard el tapado de piel porque el sábado íbamos al teatro, pero en el camino a casa, entre empujones de gente que subía y bajaba del colectivo en hora pico, una idea fue creciendo, probablemente impulsada por las capacitaciones cocowashers de Sprayette (ups) y su constante insistencia acerca de que todo es negociable.
Luego del cordial saludo y escuchar el diario resumen de los escándalos del día en los programas de chimentos con el que me recibía, me senté a hablar serio con mi abuela.
-Leli*, tengo una sorpresa, pero necesito que hagamos un trato- le dije.
Mi abuela me miró esperando a ver a cuánto ascendía la cifra ésta vez, que nuevo librito importado le iba a pedir justificando con un montón de argumentos que a ella realmente le eran indiferentes, pero no, no le iba a pedir que me comprara nada.
Le mostré las entradas, las cuales leyó con dificultad y ante las cuales mostró una sorpresa moderada.
-Te gusta la idea?- pregunté ante el incómodo silencio.
-Si bebé**, me encanta- me dijo- pero no entiendo qué querés a cambio.
-Una bombacha tuya, simplemente eso- y luego de mirarla con mi mejor cara de nieto, le disparo: -mi sueño es tirarle una bombacha a Sandro, ya estoy demasiado grande para debutar en la primera de Independiente, dejáme al menos cumplir éste.
Al instante se levantó, fue lentamente hasta el cajón y tomó una de las que tenía guardadas en un costado, que aún estaba nueva, seguramente comprada en alguna tienda del barrio por puro consumismo.

3- La gran noche.
Ella se puso el tapado de piel, los zapatos de abuela que sólo ellas usan y que no se me ocurre otra forma más clara de describirlos y una ridícula cantidad de Heno de Pravia, suficiente como para perfumar la calle Corrientes y por lo menos, dos cuadras de Lavalle también. Yo estaba con el traje que había usado para ir a los últimos cumpleaños de quince de mis amigas, probablemente no estuviera tan elegante como recuerdo, pero en ese momento, yo me sentía Frank Sinatra y mi abuela, sonriente de mi brazo, se sentía Ava Gardner. 
Antes de salir de casa, tomé la bombacha y con fibrón indeleble y pulso firme, escribí: "Para Roberto, con cariño y admiración, Facundo"y acto seguido, la doblé en interminables pliegues hasta guardarla en mi bolsillo.
Yo no tengo recuerdo de haber visto algo igual, tres generaciones de mujeres gritando de forma desaforada, ansiosas por ver salir al ídolo. El griterío al momento de apagarse las luces fue ensordecedor, insoportable, eterno. Pero no le llegaba ni a los tobillos al posterior griterío, el que emergió de esas gargantas al momento en el que aparece en escena Sandro, ahí descubrí un nuevo nivel de sonido, al punto de no escuchar la música de la canción, un pandemonio desatado por tres generaciones de mujeres que entraron en un trance de casi dos horas, de forma ininterrumpida.
No voy a negar que me quemaba la bombacha en el bolsillo del saco y que, por lo menos en tres canciones estuve tentadísmo a revolearla enardecido, dejándome llevar por la marea de emociones que sentía esa multitud de mujeres poseídas por la nostalgia y el amor.
 En "Como te diré", una de mis canciones favoritas, llegué a tenerla en la mano, mientras arrugaba el entrecejo para darle más fuerza a mi entonación del estribillo, pero logré contener la excitación y aguardar hasta el verdadero gran finale de la noche.
4- Yo te doy el mundo.
Llegó el momento, un agotado Sandro se para en el centro del escenario y empieza a susurrar al micrófono mientras su otra mano acaricia de manera extraña el cinturón de su bata, desatando el caos entre el público. Ese era el momento esperado, el último tema, el infalible, la canción con la que enamorás hasta a Madame Bovary. Estaba pasando, Sandro estaba cantando Penumbras y mi bombacha lo sabía. 
Ya de pie como todo el Gran Rex, extendí la prenda y la arrojé hacia el hombro de Sandro, casi perdida entre medio de la lluvia de prendas íntimas, flores y banderas que volaban en rumbo al escenario, pero gracias a lo central de mi ubicación en la primera fila, logré una parábola casi perfecta entre mi brazo y su hombro, un tiro limpio, quirúrgico.
Ese lanzamiento fue como un try de Rugby, porque además de caer en su hombro, Sandro tomó la bombacha y se la pasó por la frente para secar su sudor, algo así como la conversión de dos puntos que le sigue a la gloriosa anotación.
Siempre me quedará la duda sobre si Sandro en algún momento leyó esa bombacha, cuenta la leyenda que las guardaba todas; si se habrá sorprendido de que un hombre se la arrojara, si habré sido el único hombre que lo hizo o si simplemente soy el único que se animó a contarlo.

* Le decía Leli.
** Me decía bebé, una vez me llamó así delante de todos mis compañeros de primaria y estuvieron meses cargándome con eso.



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